Nuevos Estudios sobre la Poesía de Gonzalo Rojas


Por Marcelo Coddou


III. Presencia de Quevedo

Sin la terminología precisa a que nos ha acostumbrado la teoría contemporánea de la escritura, pero aludiendo al mismo fenómeno que ésta conoce como "dialogismo" o "polifonía" (Bakhtin), "transtextualidad" (Genette) o "intertextualidad" (Kristeva), Borges, mucho antes, había dicho:

el libro no es un ente incomunicado: es una relación,
es un eje de innumerables relaciones (1).

En el cruce de las muchas presencias con que se ha ido informando la poesía de Gonzalo Rojas -toda ella un solo libro, desde el inicial La miseria del hombre (1948), al más reciente Del relámpago (1981), pasando por Contra la muerte (1964), Oscuro (1977) y Transtierro (1979)- hay una que parece haberle significado tanto punto de partida hacia realizaciones personales de su pensamiento poético, cuanto desencadenante sugeridos de visiones e imágenes con las cuales plasmar tal pensamiento. Esa es la presencia de Quevedo.

De la urdimbre, de relaciones posibles que hacen unitaria la obra del poeta chileno, nos preocupará aquí la que, señale proximidades significativas con el poeta de los Sueños. Desde el principio digamos que no cabe postular evocaciones precisas, ni en la substancia del contenido ni en el plano de la expresión. Las obvias diferencias de orden "técnico", por ejemplo, claro está que obedecen a la acción impositiva que sobre la nueva escritura ejerce la distancia secular que la separa de la del autor español. Pero aceptarlo no debe constituir impedimento para rastrear, en quien escribiera Contra la muerte, la huella dejada por el clásico de la lengua, tanto la del que se expresara en los Sueños, como en las fantasías morales y, en particular, en los poemas éticos-filosóficos.

Enrique Lihn ha recordado la admiración sentida por Gonzalo Rojas frente a los grandes barrocos españoles realistas y fantasiosos, en lo que se hermana -dice Lihn- a Nicanor Parra y se reencuentra con Neruda y la Mistral (2). El propio Rojas, si bien es de aquellos cuyo arte no se les congela en líneas doctrinarias y se nos aparece más bien reacio a formulaciones programáticas o declaraciones en torno a su poesía, en ocasiones varias ha hecho explícito su amor a Quevedo. Doy tan sólo dos muestras -son posibles otras-: en un pequeño volante que acompañara la aparición de Contra la muerte, en 1964, bajo el título de "Gonzalo Rojas o la vuelta al mundo" habla de Quevedo como "mi Quevedo"; mucho después, en entrevista concedida a Chicago Literary Review, reconocería su devoción por los clásicos hispanos y, entre ellos, por Quevedo:

Even though I did not have a bookish nature, I discovered the clasics through a natural enchantment with the great collection of Rivadeneira. From thal time on Garcilaso was mine, as weil as San Juan, Quevedo and Aldana, all in growing desire, as ii probably happened lo many according lo the testimony of Darío or Neruda and the like (3).

Resulta legítimo, entonces, que tratemos de ver lo que de Quevedo ha hecho suyo el poeta chileno. Pero debe intentarse desde una actitud crítica que no pretenda puntualizar dependencias absolutas, de esas que restan personalidad a la dicción de quien se reconoce lector fiel de autores que ha asimilado. Como guía puede servir lo que, muy juiciosamente, alguna vez apuntara entre nosotros el profesor Anderson Imbert:

Hay fuentes externas, a las que uno va para saber; y hay fuentes internas de las que uno sale para crear.

Una cosa es saber, otra es crear. Sin duda lo que uno sabe entra en lo que uno crea, pero las fuentes del saber no son las mis nos que las fuentes del crear (4).

Estimo que, para Gonzalo Rojas, Quevedo ha significado ambas cosas: referencia nutricia con la cual acceder a un conocimiento de la condición temporal del hombre, en combate mantenido contra los múltiples modos de manifestarse de la muerte, y también ejemplo de rigor con el que, al tenérsele presente, pueden plasmarse tales visiones. De allí que, repitamos, no nos importe para nada el inventario de posibles coincidencias totales -en tono, vocabulario y sintaxis del discurso literario, aunque las haya-, sino, más bien, comprender lo que, en la elección de la obra del poeta barroco, Gonzalo Rojas ha tomado para sí, en un proceso de cabal interiorización de lo leído en el texto ajeno.

De ancestro quevediano me parece, por ejemplo, el rechazo que ya en 1948 Gonzalo Rojas materializara en su primer libro, de toda poesía con pretensiones de agotarse en sí misma. No olvido la impronta que en ello necesariamente pueda haber habido de adscripción a lo mejor del surrealismo (5). Pero sí cabe destacar que Gonzalo Rojas no supo -no pudo- aceptar la concepción creacionista de su admirado Huidobro, en esto heredero del simbolismo -y distante de Breton-, que postulaba una literatura que sobrepasara al hombre y sus circunstancias, al hombre y su miseria. Lo que en el simbolismo y seguidores fuera guerra al sentimiento, al personalismo sentimental, en nuestro poeta llegará a ser eclosión de vitalidad, extremada muchas veces de signo pasional, de desmesura que cabe llamar quevedesca. Y al trazar este deslinde con respecto al creacionismo no estoy dejando de considerar que es de Huidobro, en parte importante, que Gonzalo Rojas recibe la concepción de un necesario adentrarse en lo desconocido infinito, ya que de allí, sin duda, procede la exigencia baudelairiana que Rojas haría centro medular de su poética (6). Lo que pido reconocer es que el poeta de Transtierro nunca llegará a sentir la tentación, tan poderosa en el creacionismo y en otros -ismos de vanguardia, de postular la tentativa de Mallarmé de crear un absoluto frente a la vida. Aquello que en los seguidores de Huidobro en actitud más discipular devendría verdadero fetichismo de la palabra, en Gonzalo Rojas es, quevedeanamente, anhelo de hacer de ella un saber de salvación. "Vigilancia de la palabra" sí, como dijera con acierto Pedro Lastra, pero nunca fetichismo.

Quizás Borges no se equivocara del todo al proponer una apreciación de Quevedo como "primer artífice de las letras hispánicas (...) menos un hombre que una dilatada y compleja literatura" (8). Pero ha de reconocerse que ésta no es sino aprehensión parcial de quien diera en su escritura mucho más que sabias articulaciones verbales. Quien supo verlo bien fue Neruda al proponer, en las antípodas de Borges, a un Quevedo capaz de revelar, como nadie, la "muerte física" -por un lado- y de asumir, por otro, actitud denunciatoria frente a la sociedad de su época (9). No me cabe dudas de que de la suma sin contrastes de esos rasgos, que dos de los más grandes de la poesía hispanoamericana aprecian en el español, se hace parte significativa de la obra de Rojas.

Momentos quevedescos, temas y motivos, de singular relieve en su poesía son los que tocan esa "muerte física" a que aludía Neruda. Según todos sabemos, el cantor por excelencia de la muerte en la literatura hispana es Quevedo, a la que muestra en símbolos aterradores, como presencia que condiciona en todo momento la vida del hombre. Algo análogo acontecerá en la poesía de Rojas. De igual modo la lóbrega mitología de la muerte en su significado escarmentador -subrayado con transparente complacencia por el autor del XVII-, reaparece en los textos del poeta contemporáneo. Es cierto que no lo hace con el atuendo propuesto por Quevedo, entre medieval y barroco, cuando la presenta muy galana y llena de coronas, cetros, hoces, abarcas, chapines, tiaras, caperuzas, mitras, etc" (10). Desaparece también el sentido alegórico que muchas veces reviste en Quevedo, para construirse en concreciones de ataúdes, huesos y sangre, según lo ilustra, por ejemplo, ese texto estremecedor que se titula, precisamente, "Contra la muerte" y del que por ahora cito tan sólo un fragmento, el de su quinto movimiento:

No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,
pero no puedo ver cajones y cajones
pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto
llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver
todavía caliente la sangre en los cajones
(11).

Hemos citado un texto en el cual es posible detectar otro rasgo de indisputable filiación quevediana: el que la crítica denomina del "desengaño". Del mismo copio ahora la 3a, 4a y la última estrofas:

¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?

Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Pero respiro, y como, y hasta duermo
pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme
de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allí abajo
(…)

Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.

Aquí lo más evidente es ese compartir con Quevedo la preocupación, que llega a lo obsesivo, por todo cuanto se refiera a la condición temporal del hombre. La visión es idéntica a la del gran barroco: el tiempo es la muerte que, en el seno de la vida del hombre, cava y esculpe su tumba. Quizá lo más resaltante, sin embargo, sea el corolario que del sentimiento de la muerte aparece en ambos poetas: el desengaño que decíamos, perspectiva moral de la desilusión ante el acabamiento inexorable. Es por allí que la presencia de Quevedo se hace manifiesta en el universo poético de Gonzalo Rojas. En lo que recién citáramos se da el tono grave, propio del Quevedo de los sonetos; habrá instancias en las cuales ese desengaño conduzca a arrojar las máscaras de la hipocresía social en la modalidad humorística que preside las composiciones burlescas y satíricas, como, por ejemplo, la precisamente así llamada "Sátira a la rima".

Y es que, al igual que en el maestro barroco, en la obra del autor contemporáneo pueden verse dos actitudes básicas: la poesía como expresión de la autenticidad del ser y la poesía como juego (12). Y, según acontece en Quevedo, el juego ha de entenderse en Rojas como contrapartida sintomática de la profunda reflexión que preside la primera actitud, al hacerse portadoras -tanto la visión deformante cuanto el retorcimiento expresivo-, de una significativa dosis de análogo escepticismo vital. Se ha dicho con respecto a Quevedo: "la sátira, la crueldad, el humor macabro está muy cerca del desengaño ascético y social, del oscuro negativismo del desencanto y hasta de la frustración. El poeta, riéndose de la Humanidad (...) nos está dando la paródica visión de la inautenticidad del ser, en sus reflejos sociales" (13). Podrían intentarse el análisis de varios textos de Gonzalo Rojas que asumen esta actitud burlesca, con notas de humorismo negro: se documentaría con ello la validez de establecer un paralelo (reconociendo siempre las diferencias) con Quevedo, aún en dimensión del poetizar que parecería tan intransferible y, sin duda, dependiente como pocas otras de aclimatación histórica precisa. Lo que resalta es, no obstante, una sugestiva similitud de actitudes.

Pero si volvemos nuevamente nuestra atención a "Contra la muerte" -uno de los poemas más representativos de la obra toda del poeta chileno y que diera título a uno de sus volúmenes capitales-, veríamos, que la invitación a que consideremos el mundo desde el punto de vista de la muerte, implica una empresa de desmixtificación, en lo que viene a coincidir también con momentos importantes de la poesía de Neruda, en esto tan próxima a Quevedo. Desde ella, desde la muerte, se ejerce un conocimiento auténtico, el que sobrepasa y desenajena del orgullo del que se obstina en ignorar la relatividad que le confiere al hombre su condición mortal, para satisfacerse en la seguridad falsa de sus poderes intelectuales. Cuando Neruda bautizó a Quevedo "Caballero del conocimiento", lo hizo pensando en que al hombre ha de recordársela que el acto cognoscitivo es, en sentido prioritario, acto de sumisión, lección de humildad (14). Por él se adquiere la certeza de la relatividad que a todo proyecto humano impone la condición mortal que le acosa. Reitero una cita:

¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?

La distancia significativa que se establece entre ambos poetas aparece explícita en algunos de los versos siguientes del mismo texto de Rojas que ya hemos recordado, pero que conviene repetir:

Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Me hablan del Dios o me hablan de la Historia Me río de ir
a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora (...).

Lo que Neruda resolviera como revelación de una verdad a la que accede en sus valoraciones de la Naturaleza y la Materia; o que en Quevedo llegó a ser aceptación de la doctrina del Eclesiastés -no es en este valle de lágrimas, sino en la vida eterna donde ha de procurar realizarse el hombre-, en Gonzalo Rojas se traduce en búsqueda angustiada. Si paralelo hay que buscar en la poesía hispana contemporánea, habría que intentarlo en Octavio Paz: en el mexicano, Dios también deja de ser certeza para convertirse en aspiración. No conozco poema -en el ámbito nuestro del español- que exprese en tan alto extremo la angustia del hombre sumido en la hostilidad del mundo que el titulado "El ausente", del autor de Libertad bajo palabra:

Dios vacío, Dios sordo, Dios mío,
lágrima nuestra, blasfemia,
palabra y silencio del hombre,
signo del llanto, cifra de sangre,
forma terrible de la nada,
araña del miedo,
reverso del tiempo,
gracia del mundo, secreto indecible,
muestra tu faz que aniquila,
que al polvo voy, al fuego impuro
(15).

Si para Quevedo Dios era un bien adquirido e indiscutible y la muerte apertura que lleva a la eternidad sin contradicciones, en Paz y en Rojas es tormento cotidiano, causa primera de un oscurecimiento que desemboca en lo lúgubre, anhelo, enigma. Dos ejemplos de la obra del poeta de Oscuro:

1º) ¿Todo
es igual a todo, mi oscuro?
¿Todo es igual a Ti mismo? (16).

2º) Por eso veo claro que Dios es cosa inútil,
como el furor de las ideas
que vagan en el aire haciendo un remolino (17).

En la misma línea de concreciones materiales -tan quevediana y de la que el crítico y maestro que también es Gonzalo Rojas tiene conciencia cabal que singulariza como ningún otro rasgo a la poesía más nuestra (18)- se nos ofrece este otro poema suyo:

Me divierte la muerte cuando pasa
en su carroza tan espléndida, seguida
por la tristeza de automóviles de lujo:
se conversa del aire, se despide
al difunto con rosas.
Cada deudo agobiado
halla mejor su vino en el almuerzo
(19).

Este poema puede servirnos de gozne para tocar -y no más que tocar- otro aspecto de raigambre quevedesca en el pensamiento poético de Gonzalo Rojas. En efecto: además de la presencia de la "muerte física" (a que aludiera Neruda y que en Rojas alcanza un notable desarrollo, del que hemos dado alguna muestra), nos parecen momentos quevedianos -temas, motivos y tratamiento- lo que podríamos denominar como extrema "abominación de la riqueza". De "encarnación de la muerte en la tierra" habla la poesía de Rojas cuando se refiere al dinero. Ambas instancias realzan su fuerza expresiva en el cruce con que aparece en el siguiente poema -del que nuevamente me veo obligado a transcribir sólo fragmentos-, donde muerte y dinero se identifican en su poder destructor, cumplido, siempre, en imágenes de inexorable concreción:

Todos los miserables contribuyen
al desarrollo, al crecimiento informe
de este charco sin término.

Los Bancos y los Templos abren sus grandes puertas
para que pase el río.
Todo se normaliza para que el río reine sobre vivos y muerto
y de todos los ojos que corren por las calles
sale el color maligno de su agua purulenta,
y de todas las bocas sale el olor del río. (...)

Pero no lo gritemos. Que él sabe nuestra suerte,
él es la institución y la costumbre,
él vence los regímenes, demuele las ideas,
él mortifica al pobre, pero revienta al rico
cuando no se somete a lamer su gangrena,
él cobra y paga, sabe lo que quiere
porque es la encarnación de la muerte en la tierra
(20)

Hasta la misma técnica destructiva del gran poeta barroco es empleada por Gonzalo Rojas, al configurar los arquetipos en quienes encarnan el poder corruptor de una sociedad basada en la posesión de "bienes". Son muchos los versos y los poemas que se relacionan con la condena quevedesca: "Poderoso caballero /don Dinero". Además del recién citado podríamos considerar este otro texto en que leemos, refiriéndose a los burgueses:

Atrincherados tras la mesa,
pude verlos tales como son:
cuál es su mundo, cuáles son
sus ideales: ¡la plata y la mesa!
(21).

Esa "moneda vergonzosa" a la que se refiere en otro poema (22), aparece y reaparece, una y otra vez, no sólo como símbolo sino más bien cual realidad desenmascaradamente vigente en un mundo que el poeta condena. Recogiendo la parábola bíblica -Quevedo lo hizo repetidamente-, escribe:

Arauco desde el fondo de la historia le dijo al miedo
abiertamente ¡no!
No pasará la araña por el ojo.
La araña con su tela tenebrosa. No pasarán los ricos
por el ojo difícil de la aguja.
Si el Pobre de los pobres
este viernes chillante de cien mil automóviles, la noche
farisea del aire, en el aullido
del lujo, y la arrogancia, ¡si el mudo Compañero!
Voy solo en el torrente como un testigo inútil. Llorarían
las piedras de vergüenza. Crucifícale.
Dólares y más dólares veloces la serpiente
que crece y crece y crece con el miedo Voy solo
apurando este cáliz, pueblo mío (23).

Uno de los grandes textos últimos de Gonzalo Rojas vuelve a recoger esa trinidad de motivos a la que hemos aludido: presencia de la muerte, anhelo de Dios y poder corruptor del dinero (forma del morir). Es el que se titula "Poeta estrictamente cesante", que cierra Del Relámpago y cuya estrofa final dice:

Puede usted ocho horas, quince, novecientas así
toser, buscar que busca altura, ¡qué bonitos los Bancos
recién pintados para la fiesta con su esqueleto de lujo
y lujuria, ésta sí es Eternidad
y certidumbre!, deposite aquí su alma por
rédito y más rédito fresco, y
no lo piense más, esta noche
será rey, lo lavarán desnudo en la Morgue
como cuando vino: sangre
y sienes; con un pistón lo lavarán
rey ahí,
quietecito
(24).

Sobre cada aspecto aquí sumariamente apuntado corresponde ampliar y profundizar. Estimo que tal empresa no haría sino corroborar lo que ahora sólo hemos podido insinuar: si hay un poeta que a Gonzalo Rojas le ha significado adentrarse en sí mismo, ése es Quevedo. Dejo la sugerencia como un momento más del tema que a todos aquí nos preocupa: el de las relaciones entre la literatura de España y la de Iberoamérica.

 

SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad de Chile

 


Notas

(1) Cfr. J. L. Borges, "Nota sobre (hacia) Bemard Show" (de 1951), en Otras Inquisiciones (Buenos Aires: Emecé, 1960), p. 218.

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(2) Vid. Enrique Lihn, "Poetas fuera o dentro de Chile 77. Gonzalo Rojas, Osca Hahn, Manuel Silva", en Vuelta, 15 febrero 1978, pp. 16-22.

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(3) Vid. Larry Krasner, "Fragments from the Lightning. Interview with Gonzalo Rojas", en Chicago Literary Review, marzo 1983, p. 15. El texto "¿A qué mentimos?", fechado en 1946 (Del Relámpago, p. 35), lleva estas dos líneas a modo de epígrafe: "Vivimos, gran Quevedo, vivimos tiempo que ni se detiene, ni tropieza, ni vuelve". En "La cicatriz", antes de iniciarse el poema, leemos: "Duelo con espada no mortífera, de acero quevediano, en loor de algún poeta de esta edad de hojalata".

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(4) Cfr. Enrique Anderson Imbert, La originalidad de Rubén Darío (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1967), p. 83.

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(5) Para el volumen de la Revista Iberoamericana dedicado a la literatura chilena, hemos propuesto un estudio nuestro que se titula "Gonzalo Rojas y el surrealismo en Chile: precisiones necesarias". Allí desarrollamos lo que aquí sólo hemos sugerido sobre el punto.

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(6) Véase el ensayo de Lilia Dapaz, "Presencia de Huidobro en la poesía de Gonzalo Rojas", en Revista Iberoamericana, 106-107, -enero-junio 1979, pp. 351-358.

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(7) Cfr. nuestro estudio "Gonzalo Rojas y la vigilancia de la palabra", en Homenaje a Pedro Lastra, volumen preparado por Mario Rojas y Roberto Hozven, de próxima publicación en Ed. Premiá, México.

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(8) Vid. J. L. Borges, "Quevedo", en Otras Inquisiciones, p. 64.

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(9) Vid. Pablo Neruda, "Viaje al corazón de Quevedo", conferencia pronunciada en Santiago el 8 de diciembre de 1943, recogida en Viajes (Santiago: Ed. Nascimento, 1955).

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(10) Cfr. Quevedo, "El sueño de la muerte", en Obras Completas, I, Prosa, ed. de Luis Astrana Marín (Madrid: Aguilar, 1945), 3a ed., p. 237.

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(11) Del Relámpago, p. 62.

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(12) Véase la "Introducción" de José Manuel Blecua a Quevedo, Obras Completas, I, Poesía Original (Barcelona: Ed. Planeta, 1968), 2ª ed., P. XCV.

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(13) Cfr. María del Pilar Palomo, La poesía de la edad barroca (Madrid: Sociedad General Española de Librería, 1975), pp. 122-123.

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(14) Vid. Alain Sicard, El pensamiento poético de Pablo Neruda (Madrid: Gredos, 1981). Sobre Neruda y Quevedo el cap. II de la Quinta Parte.

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(15) Vid. Octavio Paz, Libertad bajo palabra (Obra Poética, 1935-1957) (México: F.C.E., 1960), p. 253. Sobre las relaciones de Paz con Quevedo, vid. Guiseppe Bellini, Quevedo y la poesía hispanoamericana del siglo XX (New York: Eliseo Torres & Sons, 1976), pp. 37-56.

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(16) Del Relámpago, p. 25.

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(17) "Retroimpulso", en Del Relámpago, p. 215.

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(18) Vid. "Mapa y morada de Gonzalo Rojas. Entrevista de Julio Ortega", en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, 158, febrero de 1984, pp. 15-17.

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(19) Vid. "La farsa", en Del Relámpago, p. 248. En "Domicilio en el Báltico" (Del Relámpago, p. 183), volverá a repetirse el procedimiento de dar carácter fuertemente físico a la imagen del paso temporal. Leemos:

Envejecer así, para aquí veinte años de cemento
previo al otro, en este nicho
prefabricado (...)

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(20) "El dinero", en Del Relámpago, pp. 77-79.

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(21) "Sátira a la rima", en Del Relámpago, pp. 244-246.

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(22) "Publicidad vergonzosa", en Del Relámpago, pp. 254-255.

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(23) "El testigo", en Del Relámpago, p. 289.

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(24) "Poeta estrictamente cesante", en Del Relámpago, pp. 267-268.

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