Nuevos Estudios sobre la Poesía de Gonzalo Rojas


Por Marcelo Coddou


II. Memorias de allá abajo

Como suele acontecer con la mayor parte de los libros, para éste juegan determinaciones varias. Una, la señala el propio autor: el requerimiento de que fue objeto para que diera testimonio sobre el plazo último en su país de historia quebrada. Otras, más oscuras y remotas, más hondas, armonizan con las que son constantes en su pensamiento poético: la palabra transida de experiencia, la tesitura vital en que se dibuja y desdibuja el trazo de su paso de hombre, atento siempre a la circunstancia, gastándose y haciéndose en ella.

Memorias son este libro, entonces. Pero Memorias de allá abajo. Tienen los textos -cada uno y la suma de ellos- mucho de "relato" autobiográfico y, así, subjetivo, individual, hasta caprichoso quizá -¿y por qué no?-, en donde se ponen de relieve acciones significativas en que el hablante ha participado o de las cuales ha sido testigo (sin que, necesariamente, todas ellas lo hayan tenido como protagonista) (1). Y vienen de una dimensión que, en su enfrentamiento con la opuesta, se resuelve dialécticamente: de allá abajo. Hay en la poesía de Gonzalo Rojas contradicciones constantes. Se han señalado para ella cualidades: "la materia y el Espíritu, el instante y la Eternidad, el accidente y lo Absoluto, lo hondo y lo Alto, la historia y el Origen, lo visible y lo invisible, la nada y el Todo, la palabra y el Silencio, lo diverso y lo Único"(2). Dualidades complementarias y, así, requiriéndose. Pensemos en una de ellas: la que opone lo Hondo y lo Alto.

Siempre la poesía de Gonzalo Rojas busca el aire. "Puse todas las musas a volar, las aves todas para ahuyentar la turbulencias"(3). Como dice Toussenel, y recuerda Cirlot, "envidiamos la suerte del pájaro y prestamos alas a lo que amamos" (4). Si con respecto a Neruda pudo establecer la Mistral que el suyo era una especie de "espíritu angélico de la profundidad", en la poesía del autor de Transtierro la índole imaginaria dominante es eminentemente aérea. Junto al simbolismo recurrente -el aire: hálito vital, creador, espacio abierto, ámbito de movilidad y producción de procesos vitales-, los elementos que con él se enlazan: el vuelo, la ligereza, la luz, el perfume. Si el ánimo de Orfeo corresponde al sujeto lírico de las Residencias, la actitud básica del hablante de los poemas de Gonzalo Rojas es voluntad de ascenso, movimiento alado, ánimo de Icaro, ansia de alzamiento al entorno de lo Absoluto, ese Absoluto que sólo se le entrega en su fragmentación esencial. El encuentro se abre como posibilidad desde allá abajo:

Crezco y crezco en el árbol que va a volar
leemos en "Uno escribe en el viento", y
A mí con mis raíces
en el mismo poema (5).

También condice con la noción de adentramiento en lo profundo y sin negarla, la de cerrazón: "la cerrazón misma de Chile y su proyecto de volar" (en nota reciente al poema "La piedra"(6)). Y la caída ("Aquí cae mi pueblo" (7)). Por eso éstos, tan ansiosos de ser poemas de alumbramiento (vale decir, de luz o, lo que es lo mismo, de moralidad, intelectualidad, de síntesis de totalidad, de fuerza creadora, energía cósmica, irradiación), buscan ser una ventilación del caos aciago desde el verbo progenitor, "sin más orden y concierto que la pasión y la resurrección de un pueblo para que nazcan de él las estrellas después de tanto alumbramiento" (8). De allí el proyecto movilizador: la denuncia como el único oxígeno de esta hora. Y, entonces, poesía política. En algún momento hasta "la denuncia desafiante", la severa autocrítica ("Visiting Professor"). En todos, afán testimonial y la aceptación de que "el poeta es conducta" (9).

"La poesía política latinoamericana -escribe Enrique Lihn- ha sido, la más de las veces, retórica y exitista y también irrealista, en tanto los porfiados hechos le quitan la razón. Ha sido panfletaria y demasiado existencias. Ha empleado un lenguaje transparente, previsible, de fácil codificación" (10). Si el autor de La pieza oscura tiene razón -y no podemos negarle a Lihn conocimiento profundo del desarrollo de la literatura de Nuestra América ni, por largos instantes, pasión decidida por una poesía de inequívoca proyección social-, la obra de Gonzalo Rojas que se mueve en esa directriz temática le sitúa en lugar de excepción: ninguno de los rasgos señalados por Lihn son válidos para definir unos textos como los reunidos en este volumen, la mayor parte de ellos literatura política.

Aceptamos, con Eduardo Galeano, que "política no es el buen o mal manejo de los asuntos de Estado, sino todo el espacio de encuentro entre los hombres, en el que se ponen en cuestión los problemas esenciales de libertad, de dignidad del hombre" (11). Los textos hacen de éste un libro político, precisamente porque tiene que ver con la libertad y la dignidad humana y con todo lo que lastima, mutila o mata esa libertad, esa dignidad:

Aquí duerme el origen de nuestra dignidad:
lo real, lo concreto, la libertad y la justicia

"Aquí cae mi pueblo".

Y lo hacen en una doble dirección: señalando o refiriendo en algunos a hechos que están en el espacio externo, el abierto de la calle y el combate, pero en otros aludiendo también -y creo que son los más-, a los conflictos que en el interior del hombre reproducen las contradicciones de la sociedad. La escritura de Gonzalo Rojas no permite que la palabra se escinda del avatar de hechos evocados, pero tampoco acepta que se la confunda con la objetividad que tratan: no pierde su especificidad, pero la orienta al desvelamiento. A Gonzalo Rojas le impulsa, por un lado, el afán desmitificador de falsedades y, por otro, de construcción de mitos: su poesía participando en la fundación de mitos históricos. "Deber de los poetas fijar el mito", nos lo dice él mismo en nota reciente a su poema "La piedra" (12). Así creo que deben leerse textos como "Sátira a la rima", muestra -entre muchos otros- de lo primero y varios de los últimos que ha escrito: "El alumbrado", "Ningunos" y un largo etcétera, de lo segundo.

Ambas modalidades de textos y todos los que caben en la amplia gama de tales extremos, son poesía nacida de circunstancia, de "casos", de hechos en el tenso ámbito que conforma el vivir mísero del hombre. Hay, en todos, un ejercicio de enunciados con fuerte capacidad connotativa, más allá de las denotaciones que el lector pudiera entender como evidentes. No puede decirse que en la mayoría de ellos prevalezca la transparencia y que su descodificación sea fácil. El peligroso irrealismo cede ante una enunciación que libra a la anécdota de cualquier univocidad, impidiendo la adscripción de la ideología de los textos a un maniqueísmo falso. Más bien el cuerpo de la escritura propicia una mirada que se quisiera más lúcida, un entender la complejidad extrema del entorno, la frecuencia del fracaso de los proyectos humanos. Si certeza hay -y la hay- es la de que el lenguaje poético puede expandir sus capacidades revelatorias -revelación y rebelión, lo diremos, conjugan en la poética de Gonzalo Rojas- y, así, confianza en las opciones de apertura que ellas propician. El lenguaje, no importa si críptico (en esto no se permite concesiones), multiplica sus capacidades de abrir el mundo, del cual no hay escisión posible ni para el poeta ni para el lector.

Textos como éstos -que se quisiera agrupar bajo fáciles etiquetas: de "preocupación social", "políticos", como yo mismo insinuaba considerarlos, "denunciatorios", "responsables" o, más acertadamente quizá, "testimoniales"-, carecen del triunfalismo que caracteriza a tanta obra de tal factura, de esa índole exitista que acusaba Lihn. Nacidos todos ellos de circunstancia identificable, la trascienden, en el mejor sentido del término, en cuanto que configuran una zona que ninguna ideología estrecha puede apropiarse. Plantean para ellos una capacidad de polisemia y de apertura (debo reiterarlo) que es propia del cuestionamiento sin voluntad de recetismo alguno. Hay en ellos una especie de carácter tentativo y plurivalente que parece constituir la índole misma de su locución poética, pero propuesta a la colectividad como una especie de pacto con el cual cumplir: el poema ofrece la lucidez de su percepción y los lectores pueden seguirle en su desvelamiento. Todo sin imposiciones, sin pretensiones de fácil didáctica.

"El Poeta es el que, por debajo de las diferencias nombradas y cotidianamente previstas, reencuentra el parentesco huidizo de las cosas, sin similitudes dispersas", ha concluido Michel Foucault (13).

"En lo que he escrito -replica por su parte Gonzalo Rojas- he tratado de ver el parentesco que existe entre la variedad infinita de las cosas" (14).

Consciente ante su propio quehacer, Gonzalo Rojas sabe que lo por él realizado se da "en la urdimbre de un todo necesario, distribuido en tres vertientes conforme a un proyecto de vasos comunicantes" (15). Efectivamente: las directrices cardinales que estructuran los dos libros capitales de su producción, Oscuro, de 1977 y Del relámpago, de 1981, constituyen un permanente encuentro de la reflexión sobre la poesía y lo poético, con el amor y con la omnipresencia del Tiempo, existencias e histórico (16).

Esta tripartición con que se propone una distribución temática, no obedece, entonces, más que al intento de ordenar las diversas facetas que responden a una sola clave visionaria: el hombre y su miseria. La poesía se postula -en el pensamiento de Gonzalo Rojas- como opción de encuentro del sentido de la existencia y como modo activo de participar en ella, orientándola en sus desvaríos. El amor anuda a la creatura desvalida al Espíritu, y la Historia se hace partícipe de las limitaciones que acompañan los pasos del hombre. De allí que parte significativa de su obra esté encaminada a enrostrar la complicidad de la Historia en el destino que al hombre pareciera estarle asignado. Movido por el amor -certeza de Absoluto y Plenitud- el poeta instrumentaliza su palabra en la denuncia de los obstáculos que para cumplirlo se le imponen.

Insisto: no corresponde trazar deslindes donde no los hay, "Fiel a mis visiones hasta la monotonía (...) ando en la misma urdimbre desde hace medio siglo y no me arrepiento", nos advierte en la "palabra previa" a este mismo volumen. Ni el poeta parece estar muy seguro, a veces, del lugar preciso en el cual situar sus textos (17), signo externo de algo mucho más decisivo: la obsesiva preocupación por el entorno condice con la certeza de que el encuentro sólo es posible en el amor y que la poesía juega en ello papel irrenunciable. El núcleo que cohesiona el orbe temático de la obra de Gonzalo Rojas y que marca el temple con que lo plantea y resuelve, es un anhelo de Unidad sentido desde la conciencia y el rechazo de la multiplicidad. La búsqueda del encuentro total a partir de la dispersión. Cuando hablamos de poesía de denuncia -concebida en una órbita restricta, la político-social, dominante en estas Memorias de allá abajo-, es que estamos pensando en uno de los determinantes que a la frustración de apetencia totalizadora le significa al hombre su estar en el mundo. Un estar que en Gonzalo Rojas es un ser o no ser.

Lo digo con inocencia: siempre quise ganar para mí una Palabra tan viva, tan viva, tan absolutamente viva, que me fuera al mismo tiempo revelación y conducta, revelación y rebelión, puesto que únicamente quise lo que quiero: SER (18).

He aquí dos términos fundamentales: revelación y rebelión. El cuestionamiento sobre el Ser y la Existencia forma el centro medular de su inquirir poético. Ello implica, por definición, la pregunta, entre otras, sobre el ámbito histórico en que se desenvuelve el hombre. Frente a su vivir -un vivir en circunstancia-, la poesía deja testimonio -se hace Memorias- tanto de las fracturas que constituyen tragedia cotidiana, cuanto de las inagotables decisiones por superarlas. Exhorta a la revelación de las cosas, mediante el desquiciamiento o aniquilamiento del orden convencional: rebelión.

Quizá pocos lo han visto mejor que José Olivio Jiménez, quien, en ensayo suyo sobre Oscuro, se refiere al "poeta crítico moral, denunciativo hasta el dolor o el sarcasmo y comprometido sin consignas con las causas justas del hombre", presente en ese libro (19).

Así es. En la poesía del autor de Contra la muerte hay momentos en que la angustia desolada parece encontrar como única salida el grito de horror ante la injusticia o el sesgo irónico, satírico muchas veces, que le provoca el espectáculo de la inautenticidad y la mentira. En otros, sin embargo, plantea la certeza del camino que ha de seguir el hombre en su lucha incesante por instaurar un reino que le sea propio.

No sería difícil, como decía, detectar los momentos de los hechos a los que la necesidad de revelación y rebelión han impulsado la escritura de Gonzalo Rojas y las proposiciones que ella promueve. Hay un instante inicial de condenación a una naturaleza humana caída, en donde -lo vio con ojo agudo Jaime Concha-"las aplicaciones contra el dinero como 'encarnación de la muerte en la tierra' son afines a la sensibilidad de la crítica precapitalista, al atesoramiento, a la usura y al capital monetario". Sigue luego y ya sin pausas, una cabal conciencia de la Historia. Me parece justa la forma en que lo señala el mismo crítico recién citado: "ésta (la Historia) entra de golpe, aireando para siempre esta poesía que deja de ser, así, una Danza de la Muerte Medieval hasta llegar a un pleno reconocimiento de la faz de la historia contemporánea" (20).

La denuncia, entonces, en este libro de Memorias, asume direcciones muy concretas. Están, claro, las formas de la existencia burguesa, de las maneras degradadas del vivir social, aquellas que se fraguan en modalidades ideológicas en completo caos, por incapacidad del hombre para encontrar -dentro de definidas coordenadas-, la posición que, definiendo su ser, lo afirmen en una praxis consecuente ("Retroimpulso", etc. (21)). Y el ánimo desesperado que acompaña a la verificación de que el hombre comete el error de no amar al hombre (22), y ese asumir impostoras y artificios que, entre muchos, aparece en el texto llamado "Las mujeres vacías" (23), ese afán ilusorio de enmascarar la condición auténtica de lo humano, irrealizable en estructuras como las dominantes en el mundo en que estos textos se gestaron.

Cabe puntualizar algo también primordial para la comprensión de esta faceta de la obra de nuestro autor: cuando hace él poesía de intención social -y ya lo adelantábamos yvolveremos todavía una vez más -sobre el asunto- no cumple con ninguna poética militante regida por una decisión político-partidista o de afán didáctico-programático. En momento alguno deviene mero documento, peligrosamente próximo a la arenga o al panfleto. Se mantiene siempre alerta ante el dogma el racionalismo utópico o la receta fácil. Rechaza la inmovilidad de los esquemas omniexplicativos.

Qué duda puede caber que para el poeta de estas Memorias de allá abajo la realidad está mal hecha. Por eso pide "cambiar, cambiar el mundo" (24). Su certeza es de que el mal viene también de las desvirtualizaciones que impone el hombre, de ese su desnaturalizar con que se manifiesta en el abuso, la rapacidad, la instauración de la injusticia social y la desigualdad. Consecuentemente, se adhiere con su obra al desenmascaramiento, hace de su escritura un modo de transformación de reestablecimiento de la verdad. El poeta entonces, se convierte en testigo, en acicate que impulsa la acción con su palabra de denuncia. Sin adscribirse a imposiciones programáticas, sin conceder a la simplificación esquematizadora, respetando la ambigüedad inagotable de la realidad heterogéneo, irreductible a ningún tipo de estrechez o determinismo mecánico, hace a su poesía instrumento subversivo.

Corresponde intentar algunas observaciones sobre los componentes configuradores de estos textos cuya unidad temática la constituye el propósito denunciativo y memorialista. Quizá el más resaltante se dé en la ruptura que ellos implican frente al estatuto dominante en otros sectores de la poesía del autor. Me refiero al corte del paradigma que se produce al sumirse en ellos la norma coloquial, determinando, así, una entrada franca en el ámbito conversacional, cotidiano. No digo que esto no se dé también en otros textos de Gonzalo Rojas cuya preocupación es distinta (debiera decir complementaria): lo que sucede es que aquí se intensifica hasta constituir un estilema recurrente. Importa resaltar: a diferencia de lo que vendría acontecer con otros poetas de nuestra América (pienso en el citado Lihn, en Pacheco, en Hanh, en Pasos), el hablante en la poesía de Rojas formula su discurso confiado todavía en la certeza de su, palabra, en la fortaleza con que se constituye como emisor. No llega a ser ese sujeto tan tremendamente expuesto a una condición precaria que -lo vio bien Pedro Lastra (25)- aparece en los poetas que mencionábamos. A la pregunta sobre la justificación de la entrada en el ámbito conversacional que hace la poesía denunciativa y testimonial de Gonzalo Rojas, respondería que con ello busca una forma cabal de adhesión a lo más inmediato, a ese aquí y a ese ahora de circunstancia histórica definida. una apetencia de mayor proximidad entre el signo y el referente significado, entre la palabra y la "realidad" vivida.

También en el plano de la disposición del discurso, en estos textos es posible observar otra modalidad formal importante: el empleo frecuente del recurso de narratividad. Visible ya en poetas del modernismo y el mundonovismo, el rasgo no sólo acentuará su presencia en promociones posteriores, sino que asumirá en ellas un carácter muy definido, rompiendo la barrera de los géneros, permitiendo su interpenetración. Ello se cumple, según la lúcida explicación de Pedro Lastra, en que "el dato narrativo en el poema no importa ni significa en el orden de lo representativo, pues un poeta no pretende contar una historia, sino provocar una intensificación" (26). Ahora bien, siendo la intensidad pretensión máxima, el uso del recurso de la narratividad no llega jamás, en este libro, a la efusión verbal, a un explayarse por parte del hablante -sujeto de la enunciación- que disminuya el voltaje de la comunicación. Gonzalo Rojas sabe que la anécdota en un poema lírico-dramático (índole que bien define, creo yo, los de esta área temática suya), en sí es neutral y que sólo su configuración lingüística la convierte en objeto estético. Y no dejemos de consignar lo más evidente: la narratividad condice con la orientación decisiva de los textos hacia el relato, propio de las Memorias, fundamentación para el empleo del recurso en la modalidad genérica en que se inscriben.

En relación con ello, y volviendo una vez más, la última, a ese rasgo de independencia que aquí, como en todo, parece ser designio fruto de convicción en Gonzalo Rojas, repitamos que no hay ideología, alguna que abarque de forma absoluta la riqueza semántica de su producción, ampliándose, con ello, sus resonancias líricas. Como acontece en su poesía erótica, en la línea denunciatoria también el peso de lo significado encuentra desarrollo acorde en el nivel de los significantes. El plano que cabe reconocer como lingüístico, en la escritura del autor de estas Memorias funciona a modo de reflejo, de reproducción lograda, de encarnación (diría) de las inquietudes que provoca en el ánimo del hablante la estructura compleja de lo real. Así, las antítesis, el oxímoron, los anacolutos, los retruécanos, son figuras que tienen presencia prominente en esta poesía, multiplicando, ampliando y desarrollando las tensiones y conflictos que el yo aprecia como inherentes al mundo de que su palabra busca ser revelación. A ésta, a la palabra, la somete, como siempre en toda su obra, a un cuidadoso trabajo artesanal, a un procesamiento escritural.

Lo recién observado no desdice la afirmación contenida en uno de los textos más recientes de los reunidos en este volumen: que para aquellos por los que escribe -los mutilados, los desaparecidos- tenga que hacerlo con "sintaxis de niño" (27). En una dimensión oscura y cierta, la voz del poeta será siempre, según propusiera Freud, una especie de persistencia del reclamo infantil: ensoñándose todopoderosa, la palabra nace desde la conciencia de su última limitación. Como dice Lida Aronne-Amestoy reflexionando frente a unos textos de Alejandra Pizarnik:

Únicamente desde el rincón infantil de la afectividad
puede desgarrarse la protesta, el canto, el miedo; la
conciencia de la madurez sólo conoce la serena piedad
(28).

Resulta sugerente constatar que son muchos los textos en que Gonzalo Rojas concilia escrituralmente la presencia de la infancia con el orden degradado de la existencia social, como si en la contraposición encontrara el antagonismo entre el mundo deseado (que se evoca por su perfección perdida) y el ámbito de las quiebras, de las trizaduras y el dolor. El titulado "Uno escribe en el viento", termina:

Hubo una vez un niño.

"Sartre", nos ofrece estos dos versos:

Náusea: tocaste fondo. El ojo real
y el niño, el niño, el niño que mira por tu rostro.

"Liberación de Galo Gómez" señala de su personaje invocado:

por entero y austero, por hombre
libre desde niño (...)

Y el poema dedicado a Floridor Pérez, "Yo que no lloro", viene acompañado de la siguiente nota:

"La inconcordancia sintáctica se explica sola. ¿Qué hacemos sino balbucear cuando nos encarcelan a un inocente, a un niño? Floridor es inocente (29).

Y, así, los ejemplos podrían multiplicarse. ¿Cómo no situar en esta orientación el estremecedor poema "Llamándote aquí: cambio", del cual copio su estrofa segunda?:

Esto no parece Mundo, da risa
tanto tableteo; del
que no sé nada estos doce años es del
niño,¿qué habrá sido del niño.? (30).

Poesía metafísica la de Gonzalo Rojas. Aun ésta, la de sus Memorias de allá abajo. Metafísica en el sentido que define para Neruda uno de sus más lúcidos estudiosos, Alain Sicard, cuando aclara que ha de llamarse metafísica a ese "interrogar a un mundo cuyos misterios no se pueden agotar (31). En ambos, en Neruda, en Gonzalo Rojas, poesía de meditación, que incluye facetas muy diversas de la realidad del hombre. Es en su mismo desarrollo y crecimiento que irán acentuándose, en el poeta de Contra la muerte, unas en desmedro de otras, que parecieran relegarse, sin perderse nunca del todo en el horizonte de su escritura: todo en una superposición continua, de modo trabado y cuya organicidad no es posible disputar. Desde instantes muy lejanos hay ya en su obra textos que revelan una sensibilidad alerta al sufrimiento ajeno, una voluntad decidida por identificarse con las penurias que surgen de los modos de una existencia social degradante. En uno muy conocido de 1940 puede llamar al dinero "encarnación de la muerte en la tierra". En otros, no muy posteriores, las figuras centrales muestran su conciencia de las instancias que definen aspectos decisivos del contorno en que se mueven: el dedicado al hijo primogénito, a quien invoca así:

traías tu cabeza como un minero ensangrentado -harto ya de la oscuridad y la ignominia- reclamabas a grandes voces un horizonte de justicia (32).

Y aquel, que resuena con el recién citado, pero ahora con referencia al padre: en que se nos dice:

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, entablado contra la desventura, furioso
contra la explotación (...) (33).

En poesía de tan poderosa tesitura vital -como decíamos al inicio de estas páginas-, lo biográfico tendrá que jugar papel importante. Ello explica, por ejemplo, que sea en la visualización del oprobio del trabajo en las minas de carbón -lugares de la infancia y de la juventud del propio poeta- donde él encuentra la cifra de lo que significa el desvivir mísero en una sociedad en sí miserable: "sólo yo me sé el horror de esos chiflones insanos con sus pulperías y sus fichas", leemos en "Mistraliano" (34), refiriéndose al mismo mundo que constituye el ámbito del texto denominado "Cuerdas cortadas para Baldomero Lillo". También lo biográfico -inevitablemente- marcará el ciclo más decididamente político de su obra, ése que, como aclara el mejor de sus estudiosos, Nelson Rojas, "tiene que ver con la tragedia del 11 de septiembre de 1973" (35), y en donde el tema básico se desarrollará en varios motivos: el exilio ("Diáspora 60" y otros), la tortura ("Desde abajo"), el terror ("Helicópteros"), los desaparecidos ("Ningunos"), etc.

Los textos recién recordados y muchos más, algunos de los cuales fuimos mencionando en nuestras apuntaciones, parecen responder a la advertencia de uno clave, el titulado "Aquí cae mi pueblo", en cuyos dos últimos versos se lee -y los hemos citado antes-:

Aquí duerme el origen de nuestra dignidad:
lo real, lo concreto, la libertad y la justicia.

Por eso no resulta extraño que al finalizar la presentación de este nuevo -y viejo- libro suyo, Gonzalo Rojas pueda afirmar.

Iba a decir que los poetas tenemos hambre y sed de justicia.

Me parece que todos los textos aquí reunidos (los recientes y los de más antigua data) respondan a esa conciencia.

Marzo de 1986.

 

SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad de Chile

 

 

 

 

Notas

(1) Vid. René Jara y otros, Diccionario de Términos e "Ismos" literarios. (Madrid: Edcs. José Porrúa Turenzas, 1971), p. 92.

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(2) Cfr. José Olivio Jiménez, "Una moral del canto: el pensamiento poético de Gonzalo Rojas", Revista Iberoamericana, 106-107, (enero-junio 1979), p. 371.

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(3) "Palabra previa", p. 5. Cuando sólo indico la página tras el texto citado, estoy refiriendo a la presente edición.

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(4) Vid. Juan-Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos. (Barcelona: Ed. Labor, 1979), 3ª ed., p. 371.

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(5) "Uno escribe en el viento", pp. 60-61.

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(6) "La piedra", pp. 14-15.

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(7) "Aquí cae mi pueblo", p. 20.

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(8) "Palabra previa", p. 5.

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(9) Cfr. Mario Benedetti, "Gonzalo Rojas y la poesía activa", Los poetas comunicantes. (Montevideo: Biblioteca de Marcha, Colección Testimonios, 1972), pp. 145-171.

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(10) Vid. Enrique Lihn, "En alabanza de Carlos Germán Belli", en Catorce poetas hispanoamericanos de hoy. (ed. por Pedro Lastra y Luis Eyzaguirre), Inti, 18-19 (otoño 1983-primavera 1984), p. 134.

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(11) Vid. María Sandblad y Guío Derecy, "Conversación con Eduardo Galeano", en Araucaria, 3 (1978), pp. 85-97. Cit. p. 85.

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(12) "La piedra", p. 15.

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(13) Vid. Michel Foucoult, Las palabras y las cosas. (México: Siglo XXI Editores, 198l), p. 56.

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(14) Vid. Patricio Ríos, "Entrevista a Gonzalo Rojas", en Aisthesis. Revista de Investigaciones Estéticas de la Universidad Católica (Santiago), 5 (1970), pp. 275-277.

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(15) Vid Gonzalo Rojas, Del relámpago. (México: Fondo de Cultura Económica, 1981), p. 7.

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(16) Las tres secciones de Oscuro. (Caracas: Monte Avila, 1977) se titulan: "Entre el sentido y el sonido", "Qué se ama cuando se ama", y "Los días van tan rápidos". Del relámpago se organiza también en tres partes: "Para órgano" "Las hermosas" y "Torreón del Renegado".

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(17) Vid. nuestro ensayo "Sobre Del relámpago: un aspecto de su estructura", en Academia (Santiago), 5-6, (1º y 2º trimestre de 1983), pp. 233-239. Id. El Cono Sur: dinámica y dimensiones de su literatura- (Rose S. Minc, editor), Montclair State College , octubre 1976. (1985), pp. 168-174.

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(18) "Entrevista a Gonzalo Rojas", PEC (Santiago), 276, octubre 1976.

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(19) Cfr. el ensayo citado de José Olivio Jiménez.

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(20) Vid. Jaime Concha, "La poesía chilena actual", Literatura Chilena en el Exilio, 4, (octubre de 1977), pp. 9-13. Cit. p. 10.

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(21) Vid. "Retroimpulso", texto fechado en 1945, en Del relámpago, p. 215.

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(22) Copio entero el breve poema "Mortal", no incluido en estas Memorias y que puede leerse en Del relámpago, p. 235:

Del aire soy, del aire, como todo mortal, del gran vuelo terrible y
estoy aquí de paso a las estrellas, pero vuelvo a decirte que los
hombres estamos ya tan cerca los unos de los otros, que sería un
error, si el estallido mismo es un error, que sería un error el que no
nos amáramos.

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(23) Del relámpago, p. 167.

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(24) "Uno escribe en el viento", penúltima estrofa, p. 61.

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(25) Vid. el importante ensayo de Pedro Lastra, "Notas sobre la poesía hispanoamericana actual", prólogo al citado número de Inti, Catorce poetas hispanoamericanos de hoy, pp. IX-XVII. Id. en Revista Chilena de Literatura, 25, (abril de 1985), pp. 131-138.

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(26) En el ensayo citado en la nota anterior.

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(27) "Ningunos", p. 7.

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(28) Cfr. Lida Aronne-Amestoy, "La palabra en Pizarnik o el miedo de Narciso", en la citada antología de Inti, p. 229.

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(29) "Sartre" en Del relámpago, p. 239. Los otros poemas en este volumen.

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(30) "Llamándote aquí: cambio", p. 30.

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(31) Cfr. Alin Sicard, El pensamiento poético de Pablo Neruda. (Madrid: Gredos, 1981), p. 9.

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(32) Cfr. "Crecimiento de Rodrigo Tomás" en Del relámpago, pp. 69-73. De este poema las Memorias... sólo recogen el segundo movimiento, bajo el título "Pero el hijo es el padre", p. 46.

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(33) "Carbón", pp. 21-22. Este poema ha sido analizado por Alicia Galaz en su ensayo "Gonzalo Rojas o la poesía como autoesclarecimiento", ponencia presentada en la Philological Association of the Carolinas", Charleston, marzo de 1986.

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(34) "Mistraliano", p. 12.

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(35) Vid. Nelson Rojas, Estudios sobre la poesía de Gonzalo Rojas. (Madrid: Nova-Scholar, 1984), p. 74.

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