Pompas fúnebres

Tomad vuestro teléfono
y preguntad por ella cuando estéis desolados,
cuando estéis totalmente perdidos en la calle
con vuestras venas reventadas. Sed sinceros.
Decidle la verdad muy al oído.

Llamadla varias noches si ella se hace la muerta,
porque está muerta realmente para
quien duda de su vida.

Llamadla al primer número que miréis en el aire
escrito por la mano del sol que os transfigura,
porque ese sol es ella,
ese sol que no habla,
ese sol que os escucha
a lo largo de un hilo que va de estrella a estrella
descifrando la suerte de la razón. Llamadla
hasta que oigáis su risa
que os helará la punta
del ánimo, lo mismo que la primera nieve
que hace temblar de gozo la nariz del suicida.

Esa risa lo es todo:
la puerta que se abre, la alcoba que os deslumbra,
los pezones encima del volcán que os abrasa,
las rodillas que guardan el blanco monumento,
los pelos que amenazan invadir esas cumbres,
su boca deseada, sus orejas
de cítara, sus manos
compuestas por los dedos de la estrella marina,
el calor de sus ojos, lo perverso
de esta visión palpable del lujo y la lujuria:
todo el reino animal encadenado,

esa risa lo es todo.

Llegaos a su boca
y mordedla en los labios hasta hacerla sangrar.
Entonces,
cambiará el espectáculo:
la mujer saltará de su lecho, y veréis
la lascivia apoyada en sus bellos talones
para dar libre curso a su danza felina.
La veréis bajo el soplo de una música excelsa
girar como una ola sobre el césped del mar,
cambiante de colores,
abriéndose y cerrándose, toda manchada por
los puntos cardinales de todos los deseos,
derramando la lava
del placer que le sale de adentro como un río.

Los antiguos llamaban a este baile
la Danza de la Muerte,
como si el entusiasmo
se saliera del cuadro y de los límites
de la fauna real, en que las venas
mueven la tempestad de la hermosura.

Todo ello fué un error. Esta mujer no ha muerto
desde el primer instante de la vida.
Ella toma su nombre de acuerdo con la luz
individual, del alma que padece su pérdida.
Nada tiene que ver con la imaginación
que arruina con sus ácidos los colores profundos.

Esta mujer reposa
dentro del movimiento.
Cuesta encontrarla, pero
siempre se oye su risa.

Yo la conozco. Es ella
quien anima las ruedas
tiradas por caballos fuertes y saludables.

Ella es la mariposa de cada año huérfano.

Ella es la meretriz del novio inconsolable.
El amante gozoso de las viudas.
El furor, el escándalo:
el carro de la harina que se cruza
con la carroza, frente al cementerio.

 

De La miseria del hombre, 1948

Versiones:
La risa, de Oscuro, 1977
. >>
Tomad vuestro teléfono, de Antología de aire, 1991. >>
Figura mortal, de Oscuro, 1977. >>